Las enfermedades del consumo (mayo 2004)

Contribuido a la "Agencia de Informacion Solidaria" el 22 de mayo de 2004

En Estados Unidos hay más coches privados que personas con permiso de conducir, las viviendas nuevas eran 38% más grandes en 2002 que en 1975 a pesar de haberse reducido el número de personas que las habitan y tanto el número como el tamaño de los frigoríficos por hogar ha aumentado continuamente desde hace treinta años. Sin embargo, el porcentaje de la población norteamericana que se considera "muy feliz" es el mismo que en 1957, cuando su riqueza era la mitad que ahora. Esto se debe, según el informe anual del WorldWatch Institute (WWI), a que los niveles de consumo que ha alcanzado la sociedad estadounidense, lejos de contribuir a un mayor bienestar y satisfacción, generan una serie de "males" o "enfermedades del consumo" que son altamente perjudiciales.

Un claro ejemplo de dichas enfermedades es el tabaquismo; los gastos médicos y las pérdidas de productividad relacionadas con el tabaco le costaron a Estados Unidos 150.000 millones de dólares -casi 1,5 veces los ingresos de las cinco mayores multinacionales tabaqueras ese mismo año. La obesidad es otro claro ejemplo, se calcula que el 65% de la población adulta estadounidense tiene exceso de peso o es obesa, lo que supone una pérdida anual de 300.000 vidas y unos costes sanitarios de cientos de miles de millones de dólares.

Según el Índice de Salud Social creado por la Universidad de Fordham y que toma en cuenta aspectos como los suicidios en menores de 20 años, la salud de la sociedad en su conjunto se ha deteriorado constantemente en los últimos 30 años. Otros males sociales incluyen el descenso de la asociación en organizaciones legales, una menor disposición para participar en reuniones e incluso una disminución de las relaciones sociales más informales como jugar a las cartas con los vecinos o salir de excursión.

Tres características de la sociedad americana actual pueden explicar en gran medida el descenso en la participación ciudadana y la convivencia social: la falta de tiempo, la dispersión de las viviendas y el número de horas que se pasan frente a la televisión. Según el WWI, estos tres aspectos están relacionados con el consumo: la falta de tiempo está vinculada a menudo con la necesidad de trabajar muchas horas -los norteamericanos trabajan 9 semanas al año más que los europeos- para poder consumir más; la dispersión urbana presupone una enorme dependencia del coche y el deseo de viviendas y propiedades más grandes; y las horas de televisión contribuyen a promover el consumo a través de la publicidad y de una programación que idealiza el estilo de vida consumista.

A pesar de que se suele considerar el mayor consumo como un aspecto positivo para la economía, ya que genera una mayor producción y por tanto crecimiento económico, el consumismo también acarrea aspectos económicos negativos. Se calcula que el endeudamiento de los consumidores estadounidenses está creciendo al doble de la velocidad de sus ingresos. Los créditos impagados en EEUU se han triplicado durante las dos últimas décadas, hasta alcanzar 1,8 billones de dólares en 2003 (tres veces el PIB de México) y el porcentaje de titulares de tarjetas de crédito cuyo saldo mensual no alcanza para pagar su crédito es del 61%. Además, la deuda media de las tarjetas de crédito superó en el año 2002 los 12.000 dólares mensuales, cifra que equivale al ingreso per cápita anual de países como Grecia o Portugal.

Estos problemas, sumados al más conocido subproducto del consumismo -la degradación ambiental-, no han impedido que los patrones de consumo estadounidenses sigan constituyendo el paradigma de "la vida buena" y se intenten imitar no sólo en otros países desarrollados, sino por una pujante "clase consumidora" en los países en vías de desarrollo formada por 800 millones de personas. Esto constituye una situación preocupante e insostenible que lleva a reflexionar sobre la necesidad de derrotar al consumismo como ideología dominante en el mundo. En palabras de Christopher Flavin, director del WWI, "sería insensato subestimar el reto que supone intentar frenar la avalancha del consumo, pero a medida que aumentan los costes de nuestra desmedida avidez, cada vez es más evidente la necesidad de respuestas innovadoras. A la larga, la satisfacción de las necesidades humanas, la mejora de la salud y el mantenimiento del mundo natural exigirá que controlemos el consumo, en lugar de que el consumo nos controle a nosotros".

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